Caminando entre las cenizas

(Ya he borrado mi nombre de las páginas que he escrito, solo quemaré aquellas que hayan llegado a ser buenas)

De todos los ejercicios que los teóricos prescriben para asimilar la frustración y la miseria mental, la escritura suele sugerirse como una alternativa en la que se busca sombra y luz, se suele llegar a ella emulando sin remedio la decadencia y pretensiones que una vez fueron habitadas por los grandes talentos. La depresión de Pizarnik, la tragedia de Quiroga, el alcoholismo de Hemingway, el tabaquismo de Linspector; todas proyecciones oscuras que no logramos obviar antes de entregarnos el delirio que por sí solo no es fecundo para el talento. Escribo y borro, sintiendo que lo dicho no me pertenece o que resulta tan común que no merece la pena que se sea escrito de nuevo. Se suele sobrestimar al dolor, como si su presencia multiplicara los talentos o hiciera más vistosa la desesperación que se derrama con las lágrimas y la sangre.

(Esperaba otra compañía, pero me conformo con el sonido de estas teclas)

Los poemas de amor romántico son unas cosas detestables y absurdas, y, sin embargo, pocas veces se haya en el lenguaje una forma de representación más precisa de los jirones elucubrados que atraviesan las mentes y los corazones de quienes padecen de esa enfermedad. Muy extraño ese hábito de las personas al justificar sus amagues reproductivos y vacíos metafísicos a través de esos misterios que terminan trasladándose a las artes y la historia. Y después de tantos milenios, tantas culturas e historias, no encuentro a nadie que me entregue una respuesta concreta y satisfactoria. Amor, la fantasía humana que sustenta la permanencia de la especie o el cinismo irracional que nos salva de la soledad eterna. Parece replicarse con sombra de incógnita, en nuevas personas, decepciones, en dramas que una vez prometieron ser la bondad que marcaría la diferencia en un mundo de macabra rutina.

(Cambiaría la futilidad de este día por una botella de brandy y una cajetilla de cigarros)

Vieja y nueva es esa ceremonia de la entrega que termina en recelo y repudio. Su nombre se renueva, pero las limitaciones de su espacio y su tiempo son lo que acaban por condenarlo. Vuelve a posponer su renacimiento, sin certeza alguna de hallar un camino que merezca la pena. Un día el fénix se dará cuenta de la absurda repetición que construye el prosaísmo de todas sus reencarnaciones, entonces negará sus plumas, se caerán sus alas y torcerá su pico. Mirará en la distancia del horizonte que se le cierne la belleza de aprender morir.

(ya no tengo el valor para continuar)

La soledad de los idiotas

Poco he dormido y me encuentro solo. Los días se suceden en aparente calma mientras la inminente desesperación me acecha. Me aferro a la cordura, con las pocas fuerzas que me restan. Temo estancarme en soliloquios de conmiseración. Deseo ser comprendido, alimentarme bien y hallar en el amor y la amistad el aliento de fortaleza que me escasea. Pero los acercamientos de los que dispongo son superficiales y vagos. Los lugares comunes se han desgastado en consejos que me son nada. Alguna cortesía se ve interrumpida por ese golpe de la miseria en mi vida. No me siento respetado del todo, mis lágrimas y mis enigmas suelen desconcertar e incomodar a los pocos que me rodean. Entonces recurro a las máscaras y sus bandas elásticas me aprisionan en un gesto insincero. Estoy harto de fingir, como lo estoy de llorar. Y la apatía que me consume es la señal de mi tormento. Cambiaría las cosas que sé para ser más feliz y más joven. He despercidiado mi vida persiguiendo pretensiones artísticas que no me han alcanzado para un café, un techo o el beso de una mujer tranquila. El repudio de mi reflejo parece sostenerme mientras camino sin rumbo, con el estómago lleno pero lejos de hallarme plenamente nutrido, con los dedos entumidos de una lenta ansiedad que sofoca lo bueno que una vez hubo en mi vida. Derrotado por el frío que respiro mientras intento ignorar a la muerte. Desempleado. Inflamado del cólon, solo, en la soledad de los idiotas y los marginados.